lunes, 29 de mayo de 2023

Lárus Telamónida y sus lecciones - Lección IX



Aún recuerdo de forma nítida el crepitar de las llamas en Ceuta. Aún estremecen mis nervios los rituales para el sacrificio de Jonás Otsokol. El suicidio, la muerte antinatural o lo que fuese, no iba a librarle de ser entregado a Surt. Nada me había detenido nunca para servir a mi amo. 


Mis acólitos habían dejado marchar al pequeño vástago del falso profeta. Sus desventuras poco me importan. Pero SinCorazon I había fallado en el cometido que le había dado de ejecutar con fuego al moribundo reo. Mi rencor caerá sobre él tarde o temprano. Surt no se merece cadáveres putrefactos. Necesita los cuerpos aún calientes. Necesita las almas abandonando este mundo. 


Todos los que no sé rindan al Gigante de Fuego deben ser pasto de las llamas. Todo aquél que sirva a un falso profeta. Todo aquél que se niegue a servir al Ragnarok y a la muerte de los viejos dioses arderá. Deberán reunirse ante mi los pueblos y pedir misericordia para no ser ganado. Solo habrá dos elecciones: vivir en el nuevo Midgard como Elegidos o morir en el fuego.


Miro a mi aprendiz y su cristiana. Viven encadenados. Comparten mis malos tratos, mis vejaciones y mis insultos. Pero me sirven por igual. Solo espero el día en que decida sacrificarla con mi puñal. 


— Ensilla mi caballo — ordeno a Höðr —. Es hora de ver a mi pariente lejano y hermano. 


— ¿No soy yo el único pariente vivo? — susurra. Aún me odia y eso me estimula —. Ni siquiera lleva el apellido familiar. 


— ¿Eres tan imbecil que nunca te has fijado en el escudo de Cagraupa y el nuestro? Que importan los apellidos. Nada une más que la fe y los antepasados. Nada hay más fuerte que nosotros: los constructores de templos, los sacerdotes de Portugal, los siervos del Ragnarok. Mi voluntad… no… nuestra voluntad es el Camino. 


Nosotros somos el Ragnarok. 


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