domingo, 22 de junio de 2025

Jaluf, el Flautista - 04 En el que Jaluf, más por empeño ajeno que por virtud propia, combate sin ganar, sobrevive sin quererlo y se enfrenta, entre equívocos y desastres, a los secuaces de Mia Tetifa, creyéndose vencedor de una guerra que otros pelean por él

 

04 En el que Jaluf, más por empeño ajeno que por virtud propia, combate sin ganar, sobrevive sin quererlo y se enfrenta, entre equívocos y desastres, a los secuaces de Mia Tetifa, creyéndose vencedor de una guerra que otros pelean por él

En la guerra, como en las tabernas, hay quienes entran con paso firme y mirada torva, buscando el filo y la sangre. Y hay quienes, como Jaluf, tropiezan con el umbral, preguntan si aún sirven vino y terminan en el centro de la refriega sin saber muy bien por qué.

A Jaluf nunca se le dio bien eso de liderar tropas. La estrategia le aburría, las formaciones le parecían un capricho innecesario, y las órdenes las olvidaba a la velocidad con que vaciaba una jarra. Sus hombres, los de Nilsia, tampoco eran soldados de bandera. Borrachos, curtidores, viejos con las rodillas vencidas y la espalda torcida. Gente buena, sí. Gente valiente, quizás. Pero marcialidad, ninguna.

Y sin embargo, la leyenda creció.

Porque Jaluf, sin saberlo ni proponérselo, comenzó a ser temido.

Todo por culpa del azar, de la torpeza, y de cierta tendencia a llegar siempre tarde a todas partes.

El primer encuentro con los secuaces de Mia Tetifa (Zhalm el Negro y Ali el Calvo) debía ser una escaramuza sangrienta. Las fuerzas se esperaban al alba, pero Jaluf confundió la colina sur con la norte, tomó el camino equivocado y llegó al campo de batalla al atardecer, cuando el enemigo, aburrido de esperar, se había retirado convencido de que la maniobra era una trampa.

—Han huido de nosotros —declaró Jaluf, con la flauta al cinto y la barriga satisfecha de pan y queso —. Deben haber escuchado de mi fama.

Sus hombres lo miraron, incrédulos, pero entre risas y aliviados por seguir vivos, comenzaron a creer que quizás, solo quizás, su señor tenía una suerte que parecía magia.

La segunda vez fue aún más gloriosa.

El ejército de Mia Tetifa sitió un pequeño castillo que pertenecía a Mantas Loter. Jaluf, con sesenta hombres desordenados y un mapa manchado de sopa, marchó al rescate. Por el camino se detuvo a recoger setas, se entretuvo enseñando una canción nueva a sus arqueros y perdió medio día discutiendo con un viejo sobre la calidad de sus botas. No las de calzar, si no las de vino.

Cuando finalmente llegaron, encontraron el castillo vacío y todos los muertos que uno se podría imaginar.

Mia Tetifa se había movido la noche anterior tras conquistar el lugar con éxito.

Jaluf, por supuesto, creyó que había sido su reputación la que había ahuyentado a la infame guerrera. 

—No siempre es necesaria la espada cuando uno sabe soplar bien la flauta —dijo, hinchando el pecho mientras sus hombres lo vitoreaban.

Otra vez, Zhalm, intentó tenderle varias emboscadas, pero Jaluf, naturalmente, se perdía constantemente; ora en el bosque siguiendo el vuelo de un petirrojo ora desvió del camino principal. Pocas veces llegaron a cruzarse espadas entre unas tropas y otras, al menos estando presente Jaluf… que estaba siempre en constante y desastroso movimiento.

—Qué inteligentes somos —dijo Jaluf mientras mordisqueaba una manzana—. Les damos miedo. Es imposible que se enfrenten cara a cara a nosotros.

Así fue, una vez tras otra.

Nunca ganaba un solo combate, pero nunca era derrotado totalmente. La guerra avanzaba, las aldeas caían, los enemigos avanzaban, y la fama de Jaluf crecía, tejida con el hilo invisible de la casualidad y los errores afortunados. Con noticias días tras día de sus camaradas cayendo unos a uno o combatiendo como grandes héroes.

Hasta que Mia Tetifa, harta de enviar secuaces y perder plazas, decidió enfrentar a Jaluf en persona. Pero iba a buscarle donde no estaba ni pensaba estar: Nilsia.

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