miércoles, 19 de octubre de 2022

Crónicas de Atenodoro II - Capítulo 1

La plaza del torreón bullía con el gentío. Un par de soldados preparaban en el centro del lugar un cadalso bajo la atenta mirada de los parroquianos. Todos sabían el acontecimiento que iba a tener lugar aquel día, pues el pregonero del Señor Atenodoro II lo había hecho saber en su dominios.


Fueron una docena de lanceros los que irrumpieron en la plazuela y crearon un pasillo que iba desde la puerta hasta el cadalso. A continuación, escoltado por cuatro monjes armados con mazos, salió un hombre encadenado. Era el traidor Don Pelayo.


Fue entonces cuando la gente se amontonó alrededor de lanceros y cadalso. Los insultos y maldiciones volaban. Lo mismo ocurría con frutas podres y piedras. Fue cuando una de estas alcanzó a uno de los monjes armados, que salieron del torreón una veintena de hombres de armas a los que llamaban reconquistadores. Reforzaron el pasillo hasta el cadalso y al que veían lanzar piedras lo agarraban y pateaban. El gentío captó el mensaje y se abstuvo de arrojar objetos al tercer apaleamiento. 


Cuando Don Pelayo llegó al cadalso y los monjes le hicieron arrodillarse. Entonces iniciaron un Rosario en voz muy alta al que el pueblo se unió. 


Al terminar, hizo su aparición Atenodoro, llevaba una sotana de algodón  blanco y un Santa Biblia de gran tsmaño. El pueblo llano le vítoreó como un héroe, pues sabían que había sido unos de los soldados más destacados de su tropa. 


Imperterrito ascendió al cadalso. Miró a Don Pelayo, a quien no había consentido torturar.


- Hijos míos, hermanos. El que aquí está presente tiene la dura tarea de impartir justicia en nombre de Nuestro Señor y la Santa Iglesia de Nuestro Buen Reino de Asturias y León. El Señor Don Pelayo juró ante Nuestro Señor Jesucristo que velaría por su Señor Feudal, así como protegería a los buenos cristianos del Reino - señaló al reo -. Mintió. Y, yo como fiel servidor de la Santa Iglesia y del buen cristiano Emiliano me vi obligado a mover nuestras tropas para acabar con las tropelías que se llevaban a cabo al sur de nuestra jurisdicción.


Atenodoro levantó la Biblia con los brazos.


- Dice los Salmos 55:12-14 lo siguiente:


"Porque no me afrentó un enemigo,

Lo cual habría soportado;

Ni se alzó contra mí el que me aborrecía,

Porque me hubiera ocultado de él;


Sino tú, hombre, al parecer íntimo mío,

Mi guía, y mi familiar;


Que juntos comunicábamos dulcemente los secretos,

Y andábamos en amistad en la casa de Dios."


-miró a Don Pelayo con repugnancia -. No hay mayor pecado en este mundo que traicionar la palabra dada. Aunque el mal cristianó Don Pelayo se haya arrepentido. No me queda más remedio que sentenciarlo a muerte. Nadie entre todos los Señores del buen Reino de Asturias y León salió e. Su defensa. Un solo hombre justo podría haberos salvado la vida. . 


Sujetó Atenodoro con firmeza las Santa Escrituras y golpeó tan fuerte la cabeza del reo que lo dejó atontado. Después le dio Santo Sacramento y los monjes procedieron a colocar un tocón bajo Don Pelayo.  Aquél no se resistía.


Uno verdugo de enormes proporciones con su hacha llegó al cadalso en ese momento. La gente callaba. El veterano ajusticiador de la zona midió las distancias. Calculó el corte perfecto. Esperó. Atenodoro miró al reo y a pueblo. 


- In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.


Todos se presignaron, tán solo reino el silencio y, entonces, el verdugo dejó caer el hacha. Toc. 

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