lunes, 31 de octubre de 2022

Crónicas de Atenodoro II - Capítulo 10

Cuando Xacobe vio a los Jombsorg, supo al instante que estaban jodidos. Era una certeza que iban a morir en tierras extrañas siguiendo el sueño de un loco. ¿Qué había empujado a Atenodoro II a tamaña insensatez? En Åland nadie habría podido cogerle por mucho precio que le hubiesen puesto a su cabeza. Allí estaban seguros y no viajando de nuevo a León por uno de sus sueños místicos.
Así que Xacobe hizo formar a los suyos. Eran 233 jinetes experimentados; los 15 guardias personales entre los que estaba Xacobe; y su señor que nunca había tenido fortuna cuando lideraba las tropas en el campo de batalla. Y, Xacobe, supo que la cosa iba a estar aún más jodida.
-JOMSBORG JOMSBORG JOMSBORG
Y, cualquiera, ante la imagen de un número superior de salvajes vikingos se habría amedrentado. Cualquiera al ve la líneas de infantería con lanzas habría sabido que aquello era una máquina imparable de picar enemigos. Pero Atenodoro no tuvo miedo y 247 soldados de Dios tampoco.
- ¡Hay que huir! - tartamudeó Xacobe -. Mañana puede ser otro día.
- Puedes estar tranquilo - Atenodoro II miraba a los Jomsborg sonriendo -. Nuestro Señor está de nuestra parte. Él me hizo ver que llegaría a un campamento y me presentaría ante un emperador que ponían precio a mi cabeza.
Xacobe sabía que allí había un punto de locura. No podía negarse que Atenodoro II tenía Fe en sus visiones y en que Dios estaría de su parte. Pero todo lo que sucedía era una insensatez. Desde salir de su refugio para cruzar de nuevo toda Europa hasta estar allí esperando que los vikingos les masacrasen.
- ¡Alabado sea el Señor! - gritaron 247 voces de tarados quebsalieron al galope contra las lineas enemigas -. ¡Por Atenodoro II y la Hermandad! ¡Por Asturias y León!
Xacobe les vio salir al galope en dirección a los Jomsborg. El se había quedado allí quiero como una estatua mientras todos los demás eran aniquilados. Observaba el dantesco espectáculo con esperanza pero no sucedía lo peor. Lo mejor a su juicio. Atenodoro II repartía mandobles con maestría pero en algún momento tendría que caer.
Xacobe se persigno, miró a los cielos buscando el perdón de algún Dios y volteó su caballo. Regresaba a la isla de Åland.

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