sábado, 10 de diciembre de 2022

El provinciano de Aragón, Sancho Garcés - 22. "De las cosas que acontecían al Rey Bandido"

Odiaba aquél aire del desierto más de lo que podía odiar a un ser humano. La tierra de los moros era inhóspita, un trozo del mundo seco e infertil. Al menos así eran las que le había concedido el buen Abu Fihr para pasar sus últimos días.

El concepto de honor y virtud entre aquellas gente del desierto, poco ayudaba a satisfacer las necesidades más mundanas. Si había algo peor que un esposo celoso, era que en algunos casos más de una mujer compartíesen el mismo. Tampoco era que el cortejo pudiese realizarse satisfactoriamente, parecía que las mujeres de sus feudos tenían por costumbre envolverse en ropas todo el cuerpo. ¡Hasta la cara! Y puede que para los moros aquello fuese hasta atractivo, pero no para Sancho. ¿Qué pasaba si cuando conocías a una mujer era tan fea como el antiguo emperador Igor? ¿Debías casarte y yacer con ella nada más verle el rostro?

Por suerte, algunas mujeres no eran tan estrictas. En los dominios de la Provincia de Aragón las sarracenas tan solo usaban un velo. Poco las diferenciaba de una cristiana con sus pañuelos, tal vez era cuestión de su aspecto racial. Y, daba el caso, de que en las zonas más prósperas las mujeres tenían costumbres y moral más relajadas. Los maridos no. Sancho desistió. Tocaba ser casto. 

Sancho solo podía beber... Pero resultaba que las gentes de la zona no bebían fermentos. El joven estaba hasta los mismos de beber té con sabores extraños. ¿Dónde estaba el vino? Hizo traerlo por medio de un contrabandista y, curiosamente, todos los barriles fueron robados. En el trayecto que iba del mar hasta el desierto donde vivía el Astur-aragonés se habían evaporado. Nadie bebía vino pero bien que recurrían al robo del mismo. Tras cinco caros viajes con escolta para el contrabandista, Sancho desistió. El vino nunca llegaba. Tocaba beber Té. 

Por último, el mazazo final era que la Usurpadora había llegado a tomar el trono del Reino de León y Asturias aupada por el infame Cardenal Excomulgado y los Duques Idrisis traidores... Que final más triste para la pobre gentes del Reino. Subyugado el pueblo a la tiranía de aquellos que carecían de palabra, de compromiso, no sólo a sus Señores si no hasta al mismo Dios. 

Así pues, tocaba colgarse de un pino. Pero en el desierto no los había... 

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