lunes, 5 de diciembre de 2022

El provinciano de Aragón, Sancho Garcés - 18. "De cómo y porqué Sancho se confesó con Basilio"

Zaragoza y sus murallas se preparaban para resistir a todos los enemigos que la empezaban a cercar. La Provincia de Aragón, veía como a sus fronteras empezaban a llegar los enemigos de verdad, no traidores como Dhalia. No eran los que llegaban a la Provincia gente agazapada que atacaba en el momento de debilidad. 

Sancho no había ido hasta allí más que con su Novicia y el Monje de la Hermandad, Basilio. El Capitán dirigiría la defensa de las ciudadelas en su ausencia. El motivo era sencillo, Sancho no pensaba abandonar a BlackCrow, pero si aquellos podían ser sus últimos días tampoco quería la pesada carga de ser padre. Un mal padre.

En una pequeña capilla de la fortaleza Sancho quiso confesarse. Allí ante un altar con pinturas del Apocalípsis, se arrodilló ante Basilio. El Monje le puso las manos en la cabeza y rezó en latín. Los ojos de San Miguel les contemplaban a la luz de las velas, mientras un Satanás que parecía triunfante sonreía. Extraña pintura aquella para una capilla.

— Dime Hermano Mayor de la Hermandad de San Atenodoro II. —miró al joven con su ojo cansado por otros asuntos que tenía sin resolver —. ¿Qué es lo que os aflige? ¿Por qué buscáis la confesión? 

— Basilio, debo confesaros que he vivido una vida de pecado continuo. Creo que desde que salí del vientre de mi madre no ha habido en mi un ápice de ética o moral. No soy lo que los buenos cristianos pueden considerar un ejemplo a seguir. He yacido con mil mujeres o más, he matado hombres por miradas que no me gustaban, he robado a desvalidos o pobres en busca de mi propio beneficio, he blasfemado y humillado a la propia Iglesia, he mentido por mi propio interés,... 

— ¡Alto! ¡Alto! No os martiriceis por todo eso. Tenéis tiempo de enmendarlo todo. Todos alguna vez hemos pecado... — miró al techo de encallado — Quizás tu lo hayas hecho en exceso. Pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra —suspiró —. Si hasta algunos de los hombres que más ejemplo deberían dar cayeron en pecados... ¿Por qué no hacerlo tú? 

— Basilio, en mi vida solo ha habido una persona que me haya preocupado o importado hasta el punto de estar en esta ciudad solo por él — las palabras se le atragantaban. Sabía la alta consideración que el Monje le tenía en base a una decisión de San Atenodoro II —. Basilio, pero todo ha cambiado... Y, debo, ponerme en vuestras manos y en las de la Hermandad.

— ¿Qué queréis decirme? — se extrañó el monje —.

— Nunca fui elegido por San Atenodoro II como sucesor. Me uní a la Hermandad por casualidad, una joven asturleonesa que me dejó... — una lágrima brotó de un ojo —. Luego en Åland conocí a Atenodoro y me acogió... Cuando le vi marchar supe que era el momento de hacerme con el mando de los todo... No sé... Vi la oportunidad...Atenodoro II pretendía entregarse a Sebastián de Griot. ¿En serio creíais que iba a regresar? Era una locura.. M

Basilio cayó a los pies del altar estupefacto. 

— Teníais una carta escrita por Atenodoro II. Con su sello de obispo donde os designaba sucesor. 

—Basilio, creo haber dicho que me he ganado la vida buscando siempre mi propio interés — buscó en su chaqueta el anillo de madera del Santo y luego acarició el colgante con el águila roja —. Siempre he creído en él, en sus ideas al menos un tiempo. Pero su Hermandad no somos más que un grupo de parias que no saben donde caerse muertos. Hombres y mujeres sin tierra ni orgullo que tienen sus esperanzas en una sociedad utópica. La Provincia de Aragón pudo ser eso. Pero ya se acaba.

— ¡No quiero oír más! —gritó el monje —. ¡Confesaos con otro!

—No — la voz de Sancho retumbó en la sala —. Tenéis que escucharme y hacerme un último favor. Todo ha cambiado hace poco.

— ¿El qué ha cambiado? ¿Has visto la luz? ¿Es esto otra mentira o treta? — Basilio se levantó del suelo —. 

— La Novicia está preñada.

—¿Cómo es posible? —se sorprendió Basilio —.

— Si te digo que una paloma bajó ¿me creerías?

— Incluso en mitad de una confesión te burlas de Dios... —señaló al Satán de la pared —. Él triunfa gracias a gente como tú.

— Basilio, daré mi vida por la mayor de las causas que existen. La amistad y la lealtad. La fidelidad a la palabra dada. Lucharé y, si es preciso, moriré por la palabra dada. Pero hacedme un favor. Si caigo, la Novicia será Hermana Mayor de la Hermandad y mi hijo protegido por todos.

Basilio suspiró. No podía creer todo lo que acababa de escuchar. Negó con la cabeza.

— Lo pensaré... Dadme el sello.

Sancho entregó el anillo de madera de San Atenodoro II. Supo en ese momento que su historia con la Hermandad había terminado.

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