jueves, 1 de diciembre de 2022

El provinciano de Aragón, Sancho Garcés - 16. "De la Hermandad en la isla de Arran." Parte III.

Bailaban los pies de cinco escoceses rebeldes colgados en el centro de su pueblo. Basilio y sus doce monjes estaba horrorizados, mientras como salvajes los lanceros de Sven cantaban de júbilo. De vez en cuando golpeaban un cuerpo con sus largas picas. Era un espectáculo humillante y atroz al que ningún lugareño había asistido. Era una venganza sin sentido. 
Desde lo alto del Torreón, Sven lo contemplaba todo con Xacobe a su lado. Se habían convertido en uña y carne desde la muerte de Sigmund. Además que las rencillas fácticas parecían haberse acabado. Todo gracias a la unión de los dos líderes. Era de valorar. 

Basilio lo que se sabía de Xacobe eran todos sus hechos de supervivencia a pesar de la circunstancias. Un halo de misticismo semejante al que había despertado Atenodoro II en la Hermandad le rodeaba. Siempre había estado con el Santo, a las duras y las maduras. Incluso en los últimos momentos de Atenodoro II, cuando se enfrentó a los vikingos de Laramis, Xacobe estuvo allí. Le dejaron vivo, según contaba con gran pesar, para que relatase la historia de la captura. Pero al monje no se le pasaba la excesiva ambición del hombre. 

Antes de finalizar el espectáculo de maltrato a cadáveres, Basilio se retiró solo. Se adentró mientras meditaba en las callejas del mugroso poblado. Entonces un adolescente de pelo largo y blanco, se le paró delante y amenazó con un bastón. El Monje con su único ojo lo miró confundido pues no veía en él, el símbolo de la Hermandad y su aspecto distaba mucho del de los escoceses.

— ¿Quién eres? 

— Eso no importa. Vengo para encontrarme con el heredero de la Casa de Telamón —señaló la plaza donde danzaban los nórdicos —. Y, no lo encuentro a él ni al ejército valiente y glorioso de los Telamónidas, si no salvajes. 

— San Atenodoro II era el heredero de la Casa de Telamón o como quieras llamar a su estirpe. Pero está muerto. Los aquí presentes nada debemos a esa Casa, elegimos a nuestros líderes y servimos a San Atenodoro II y la Iglesia que el quería. Ahora déjame, pues tengo cosas en las que pensar. 

— Tengo cosas para ti — apuntó con su bastón al Torreón —. Se que investigas una muerte. Aquella noche yo vi como arrojaban el cuerpo al mar. 

— ¿Qué es lo que sabes? —lanzó sus manos a lo hombros del chico — ¡Cuéntame! 

— Yo necesito dar con el último heredero Telamónida. ¿Podrías ayudarme en mi búsqueda? 

— No sé mucho. Puedo darte nombres... Pero no sé cuantos familiares de San Atenodoro II puede haber vivos —confesó Basilio —. En la vieja ciudadela en Asturias puede que halles un libro que el Santo redactaba. Llevaba la cuenta de todos los miembros de la Casa de Telamón que quedaban. 

— Haced memoria —urgió el chico —. No dejo la seguridad de Aberdeen por esta isla para irme sin nada. 

— Wotan Telamónida tuvo una hija a la que le dio el título de cabeza de la Casa...pero antes que ella estuvieron Ludovico, Cornelio y Francisco. Todos ellos fueron religiosos que serían los que llevaron a San Atenodoro II a hacer los votos. Luego no hubo más de la sangre de Telamón que se conozcan. 

— Osea que hay una mujer que heredó ese título a la muerte de San Atenodoro II. 

— No sé muy bien cómo funciona pero creo que está Hermandad somos los herederos de la Casa — se señaló el águila roja que llevaba por colgante —. San Atenodoro II nos hizo sus hijos. Deberíais de ir a Aragón para hablar con nuestro Hermano Mayor, Sancho Garcés. 

— Eso haré — el chico miró al cielo —. La chica... ¿Sabéis algo más de ella? 

— La chica debería de tener 12 años a día de hoy pero como todo en la vida de Wotan había algo demoníaco y maligno en ella. El emperador decía que era hija de una rusalka. Así que en los viejos escritos se habla de que crecía y luego se estancaba... No sé... Obra del Diablo seguramente — miró al Torreón —. Ahora decidme que fue lo que visteis. 

— Estaba oscuro. Acababa de desembarcar en la isla y vi como un hombre arrastraba un cuerpo bastante grande y le maldecía por la puñalada que le había dado. Vuestro hombre, está herido. Ahora debo irme. 

— ¡Espera! ¿Cómo os llamáis? 

— Mi nombre es Abraham Telamónida-Von AS. 

— ¡Eso es imposible! 

— Más imposible es que Wotan tuviese una hija con un súcubo y eso me acabáis de contar. 

El joven inició una carrera dejando al monje confundido. Al menos, Basilio ya sabía algo que pudiese solucionar el asesinato de Sigmund. Su atacante estaba herido también. 

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