lunes, 21 de noviembre de 2022

El provinciano de Aragón, Sancho Garcés - 12. "De la Santa Misa a la Santa Cama"

Sancho nunca había estado tan cerca de los grandes señores del Reino. Tampoco se habría atrevido a cruzar una palabra con ellos, sin permiso de BlackCrow, pero allí estaba sentado en la iglesia de Zaragoza junto al rey Setkull. En otro lado Lord Comandante, Richard Plantagenet y su mentor. 

"¡Qué importante podía haberse sentido Valistar!", pensó. Aún recordaba cómo junto a su compañero se había reído de algunos actos tan solemnes como aquél. Ninguno habría pensado que le despedirían con uno de ellos.

La Novicia estaba tan concentrada en la misa que al terminar decidió ayudar al alto clero Aragonés que representaban Facundo y Jakob. Poco podían imaginar aquellos dos sobre el origen de la chica, así que Sancho la dejó a cargo del Capitán. Siempre con la misión de no dejarla interaccionar mucho con el arlesiano Galahad, próximo al anterior Papa. No se podía permitir que se descubriere donde estaba la hija ilegítima del anterior Santo Padre, menos aún porque se podría relacionar a Sancho con el gran robo en el Cónclave. 

Al terminar la misa el joven quiso ver el cadáver en descomposición de su viejo amigo. Al fin y al cabo, poco recordaba del último encuentro. Había sido antes de marchar a la batalla en Francia. Los dos bebieron varios pellejos de vino y terminar la noche en lugares insospechados. Valistar era demasiado serio y Sancho pendenciero en exceso. Así que mientras el primero terminó yendo borracho a velar armas, el otro se quedó tumbado en el barro de una mugrosa calle de Simartha. 

— ¡Ay, viejo amigo! —susurró al ver el cadáver que olía a demonios pese lo mucho que algún experto se había ocupado por arreglarlo —. Tenías que ser tú el que me despidiese a mí. ¿Qué puedo yo dar a nuestro duque más que problemas? Tu eras voz de valor y sabiduría. Eras la mano amiga que protege a la persona que más amamos. ¿Por qué tuviste que ser tu? 

Una lágrima empezó a resbalar por la mejilla barbuda. Sancho no quería que nadie le viera, pero con tantas personas alrededor se hacía complicado. Se limpió el rostro y acarició el águila roja que colgaba de su cuello. Aunque no fuese muy creyente, cuando uno se veía en aquella tesitura esperaba que hubiese un Paraíso en los Cielos donde poder reencontrarse con los seres queridos. 

— San Atenodoro II interceda por ti antes Dios Padre. Ahora seré de los que lleven tu caja a la que será tu Santa Cama. Hasta siempre Valistar. 

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