jueves, 27 de octubre de 2022

Crónicas de Atenodoro II - Capítulo 6

Un soplo de aire frío, que se coló por los bajos de la mugrosa sotana, hizo estremecerse a Atenodoro II. En una mano tenía una azada y en la otra un pellejo de vino. No había tiempo que perder para las cosechas. Miró el mar Báltico que bañaba las costas de su nuevo hogar y aspiró el olor a salitre. Todo estaba bien.
Basilio estaba en la casa de madera que habían construido para los monjes antes de poder edificar un Torreón. Allí se encargaba del correo que llegaba y redactar las cartas en nombre de su señor.
La noticia de la muerte del Santo Padre había hecho estremecerse a algunos monjes, pero todos habían seguido a Atenodoro II y sus visiones hasta aquel lugar. Todos habían visto como a su señor le había importado más bien poco el suceso. Todos decidieron seguir a su visionario hermano.
Ha muerto el Papa —había dicho Basilio compungido —.
¿El mismo que no condenó que unos cristianos alzasen sus manos contra otros? Rezad una oración por él — luego farfulló —. El vivo al bollo y el muerto al hoyo. Nada me une ya a ese hombre o su Iglesia.
La cara de estupefacción de Basilio bien hubiese merecido un cuadro.
Los jinetes mientras tanto iban por toda la isla de Åland haciéndoles saber que no había deseo de combatir pero si de que se sometiesen a su nuevo Señor. Se prometía Paz y Comida. Nada más. Sólo se prohibiría todo aquello de los cultos paganos que pudiese ser contranatura o dañase la vida de otro ser humano.

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