lunes, 31 de octubre de 2022

Crónicas de Atenodoro II - Capítulo 9

Era uno de esos sueños mediante los que asumía que Dios le hablaba. Atenodoro II sentía sus pies flotar en las alturas sobre un campamento militar rojizo y en perfecta cuadrícula.

Parecía que el suelo estuviese mojado por el rocío de la mañana. El Monje pudo distinguir a un par de soldados con armaduras extrañas haciendo la ronda. Su cuerpo, ligero cual pluma, le iba llevando a la más grande de las tiendas.

Y allí estaba congregada una multitud y, entonces, pudo distinguir a un hombre con ropas sucias y enmarañadas. Un hombre de piel morena, embarrado, se mantenía firme. Con la certeza del que sabe que cumple con su deber. Con la seguridad de que nada tiene que temer. La osadía y el valor.

Ante aquél vagabundo que tenía la dignidad de un rey, estaba el propio emperador de Roma. Atenodoro II lo supo al instante pues en sus viajes había visto restos de esculturas romanas con aquel mismo aspecto. Un hombre severo con los ojos almendrados mirando con sorpresa al que se le presentaba.

  • Denle a ese hombre a por lo que ha venido y que se vaya.

Cuando Atenodoro II volvió en sí, se limpió la espuma de la boca. Su leal Xacobe y Basilio le miraban asustados. Había estado más tiempo del normal en aquel trance.

—Dios me hablado de nuevo. Alabado sea.

  • ¿Qué os ha dicho? —quiso saber Basilio con ojos iluminados —. ¿Ya sabemos que hacemos aquí?

  • No. Este viaje será sólo para mí —había cierto atisbo de falta de cordura en sus ojos que sólo Xacobe vio con claridad, pero nada dijo —. Un campamento romano y un emperador me esperan.

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