domingo, 30 de octubre de 2022

Crónicas de Atenodoro II - Capítulo 8 o Presentación de Xacobe


Esta historia bien podía tratar de Atenodoro II y sus devenires en la isla de Åland; pero desde el momento en que al monstruo que creó le puso de nombre la Hermandad, esto se convirtió en otra Historia. Una historia diferente y difícil de contar.

Xacobe Marín, era uno de los hombres que había jurado lealtad a Atenodoro II, la noche que hacía ya varios años habían pasado en el cementerio. Aquél viejo guerrero con rasgos duros y pocas palabras, como solían ser los de su tierra, había creído a pies juntillas en todo lo que su señor les había contado. Les había hablado de riquezas, mujeres,...de como Dios les había elegido para seguir al monje y alcanzar el Reino de los Cielos. Atenodoro II les había convencido de un futuro tan grande que aquel terruño de tierra en mitad del Báltico no le convencía.

 Pero si había algo que resquemaba al caballero era ver como Atenodoro II había cambiado su mensaje. Cuando entraron en Cádiz, cuando aquél día en que el propio Xacobe iba en cabeza tañeron las campanas de las pocas iglesias, todo había sido la profecía del León de Dios. Cruzaron el Estrecho y atacaron África. Eran aquello días de Gloria a Dios y triunfo en la Cruzada. Luego empezó el declive.

Xacobe estaba en el Torreón de la Discordia el día que las tropas de Aristóbulo lo atravesaron. Fue herido de tal gravedad que casi pierde la vida y una enorme cicatriz marcaba su cuerpo desde el cuello a la entrepierna. Nunca olvidaría la cara del sarraceno al casi partirle por la mitad. No recordaba mucho más de aquél día. Solo el gran pesar al saber que muchos de los hermanados en el cementerio, había caído. Sintió rabia al saber que Atenodoro II estaba preso pero, también, cierto alivio. Su juramento le obligaba a seguirle hasta el fin de mundo si se lo pedía. ¿Pero no había salvado la vida milagrosamente? Durante los días de cautiverio de su señor, deseo que hubiese muerto.

El día que vio al monje aparecer maldijo a Yngwe el Cruzado. Sintió también mucho asco por sus deseos mundanos de una vida de riqueza y gloria. Así que durante la batalla con Sebastián de Griot I decidió sacrificar su vida por la Santa Iglesia y el Reino Asturleonés. El estrepitoso fracaso no llegó a verlo. Tal vez eran casualidades de la vida o su mente le jugaba malas pasadas pero, Xacobe creía que el mismo moro le había dejado fuera de juego. Una cicatriz en el vientre en forma horizontal era la señal de un segundo milagro.

Cuando Atenodoro II viajó a Polonia le siguió. Mató paganos por inercia más que por convicción. Y sin entender el porqué Atenodoro II se sentía tan mal con la Santa Iglesia, le siguió a aquella maldita isla. Siempre con el deseo sombrío y pecaminoso de que su juramento pudiese romperse.

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