jueves, 10 de noviembre de 2022

El provinciano de Aragón, Sancho Garcés - 5. "De cómo en Roma se toca lo divino y lo terrenal" Parte 2

La cocinas de la Santa Sede eran un ir y venir de personas. Allí había concentrados excelentes cocineros que harían las delicias del Duque BlackCrow; magníficos ayudantes que ponían su empeño en que nada saliese mal; y, luego, estaban los siervos y esclavos limpiando o trajínando con las materias primas. Sancho con su impoluto traje de soldado papal pasaba con pies ligeros entre todos ellos. Agarró un pastelito de crema sin ser visto. Un detalle para con su cita. 

Cada miembro del Cónclave tenía sus propios gustos o pequeñas vanidades. Algunos eran difíciles de leer para saber que pecado capital les mancillaba. Otros confesaban que era la gula y, en especial, la galletitas. Además no unas cualquiera, el obispo Shylock era exquisito en sus gustos y aquellas galletas tenían que ser de una monjas de clausura en especial. Monjas cuyo monasterio estaba fuera de Roma, en zona de guerra.

Pese a que traían galletitas del propio Sacro Imperio y de Francia, no satisfacían al cura. Estaba empeñado en las que hacían las monjas lombarda. Así pues el Camarlengo había pedido a BlackCrow que le trajese monjas del monasterio. Harían las galletitas en el propio Vaticano.

Sancho pasó por los pasillos y, allí en una esquina le aguardaba, una monjita. Una novicia de poca edad y con los ojos más azules que hubiese visto el joven en su vida. En sólo un par de días la había engatusado. Ella, desconocedora del mundo y las personas sin moral que lo pueblan, había caído en sus redes.

— ¿Cómo le va a la más bella de las novicias? — llevaba la mano del pastel de crema oculta en su espalda —. ¿Os habéis enterado ya de lo que os pedí?

La chica se encogió sonrojada y apretó su cuerpo delicado, envuelto en una burda sotana blanca contra la pared. Sancho apoyo la mano libre contra la pared y dejó su cuerpo ladeado de forma fanfarrona. Sacó el pastelito y se lo dio. La novicia parecía que iba a reventar con tanta sangre agolpandose en sus mejillas.

— Son varios arcones — tartamudeó ella —. La Superiora las trajo llenas de harina pero ya se han quedado vacías. Hemos estado varias semanas haciendo galletitas para Shylock.

Empezó a mordisquear el pastel con ganas manchando la comisura de sus labios. Sancho acercó su cara lo suficiente para que los dos sintiesen la respiración del otro. El corazón de la chica iba a salirsele por el pecho.

— Sois como un pajarillo enjaulado. Un pajarillo que debería volar libre —con su dedo pulgar limpio los labios de ella. Luego lo chupó —. Esos arcones estarán bajo llave. ¿No sabréis quién la tiene?

— La Superiora, por supuesto.

— ¿Y como podría yo hablar con ella? — acercó sus labios tanto a ella que la novicia empezaba a sentirse muy agitada —. Necesito uno de esos arcones.

— Ella... — tragó saliva y dejó sus brazos con pastelito incluido caer a los lados de su cintura — imagino que hablaría con un sacerdote. Tiene voto de silencio. No lo haría con un guardia papal.

Sancho asintió. Con las dos manos sujetó la estrecha cintura con firmeza y la besó. Ella cerró los ojos y por la torpeza en el chocar de los labios, él supo que le estaba robando su primero beso. Al separarse se relamió como un lobo que saborea a su presa.

— ¿Sabes? Si lograse una sotana de sacerdote podría visitaros mientras dure el Cónclave — fingió que se le ocurría por el bien de los dos —. ¿Dónde podría cobseguir una?

—Déjalo en mis manos — dijo ella con arrojo —. Estamos lavando las ropas de los obispos. Una de vuestra talla no será difícil pues todos son bastante anchos. Puede que os sobre costura pero es solo un préstamo. ¿Verdad?

— Dios sabe que no miento. Será solo mientras dure el cónclave y vos estéis aquí, pues bien sabe Dios que una vez soluciones el asunto de esos arcones, pediré al Santo Padre que os libere de vuestra prisión — apretó el cuerpo menudo contra él y la besó de nuevo—. Nunca me había sentido así en toda mi vida. Os amo.

La novicia casi de desmaya allí mismo. Sancho se separó de ella y comprobó que nadie les observase. 

— Mañana después de la oración matinal os veo aquí. Si no, yo mismo iré a sacaros de la capilla donde estéis.

La besó levemente en la frente y se fue corriendo a atender otros asuntos. Medio trabajo ya estaba hecho.

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