Así que cuando llegaron a la sede de la Cristiandad, Sancho no pudo admirar nada. BlackCrow se empeñaba en hablarle de Imperio, arte, Papas,... Y, lo cierto es que al chico todo aquello le apasionaba, pero no aquél día. Además, tenía la mente trabajando en las formas de alcanzar ciertos objetivos. Así que no podía prestar atención.
En cierto, momento mientras llegaban a los pies de la basílica de San Pedro, unos guardias con las llaves doradas en el pecho pasaron por delante de ellos con muy malos modos, apartando a la gente que se agolpaba en la zona, aunque muchos ya les hacían el paso al verles. Empujaron incluso a los escoltas de BlackCrow. El temerario Sancho pensó en recriminarles su acción pero su amigo, el duque, le sujetó el brazo y señaló una pequeña chimenea.
—No hay acuerdo. Por eso se apuran.
El joven vio la fumata. Los miembros de la iglesia no habían llegado a un acuerdo para elegir Santo Padre. Sancho acarició, instintivamente, el medallón del águila roja que le habían entregado los miembros de la Hermandad en Åland. El símbolo representaba mejor que nada al que debía haber sido el Papa.
— Mejor —sentenció y miró a los guardia papales —. Sabes ¿dónde puedo conseguir unas ropas como esas? Creo que vestido así es más fácil andar por Roma.
BlackCrow miró a los guardias y después a Sancho. Le conocía muy bien, sabía que pasaba por la mente del joven.
— Imagino que quieres matar dos pájaros de una pedrada. Pero voy a romperte el corazón, con esa ropa los prostíbulos no son gratis.
Los dos rieron a carcajadas.
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