martes, 6 de diciembre de 2022

El provinciano de Aragón, Sancho Garcés - 19. "De cómo se puede hacer creer grande el más pequeño de los grandes."

Sancho miró al Capitán poco seguro de si podría entenderse el mensaje. Releyó el documento varias veces para asegurarse de lo que había escrito el Juez. Había mucha verborrea que en tiempos de guerra era innecesaria. 

Un representante de Abu Fihr y otro de Fikus, sus mayores defensores en aquellos momentos tomaban té. Hablaban su idioma extraño pero dulce y poco entendían de lo que allí decían los provincianos. 

— No lo van a entender. Es lenguaje jurídico y no creo que todo el mundo tenga jueces o entendidos en la materia... Acabará esto en una lucha de mensajes para ver quién lleva la razón — el propio Sancho se había mareado en la lectura. Entre su próxima paternidad y la guerra. La forma en la que casi fue capturado por Harald Hadrade. No estaba su cabeza para temas jurídicos. Golpeó la mesa donde estaba asustando a los presentes—. ¡¡Diles que soy el próximo Rey de Asturias, por mis Santos Cojones!! Que en cuanto se acabe esta guerra y por la enfermedad del Rey de Aragón me nombró Rey y PUNTO. Y al que le rasque que me capture y ejecute.

— ¿Y qué opinará BlackCrow? — apuntilló el Capitán que llevaba tiempo disgustado con Sancho y sus decisiones. En particular con haber esquivado su férrea vigilancia de la Novicia debido a la guerra —. 

— No daría un paso así de no saberlo él —aseguró Sancho —. Asturias y León serán el hermano que siempre necesitaron Idrisi y Aragón en Hispania. La utopía de San Atenodoro II en la tierra, donde el Dios de Abraham pueda ser adorado con respeto a una ley para todos los hombres. Crearemos un Reino donde la Verdad, la Fé y la Justicia tengan lugar. 

— ¿En verdad sois Sancho Garcés? ¿El putero? ¿El ladrón? — el Capitán esbozaba una sonrisa de incredulidad —. ¿Habéis visto la luz? Creo que solo ejerces tu oportunismo natural. 

— Amigo mío, mis tierras se ven asediadas por más enemigos de los que podría merecer un Vizconde normal y corriente — señaló la ventana —. Allí tras los muros hay estandartes de Reyes, Duques y Condes. Hay más Generales Bárbaros de los que vi en la propia Suecia en su día... Si en la caída de un simple Vizconde no ves la de un Rey, es que tenemos conceptos distintos de la épica y la nobleza.

— La épica la marcan las batallas ganadas y las pérdidas — dijo el Capitán —. No está la matemática de nuestra parte. También son esos ejercitos los mismos que han arrasado a vecinos de igual título. No veo nada claro todo esto. 

— Puedes perder mil batallas que lo importante será el resultado de la guerra y lo que acaben escribiendo en los monasterios, lo que canten los juglares. Tampoco importa el coste si de aquí sacamos la verdadera utopía. ¿No crees? —los ojos parecían perdidos en ensoñaciones —.

— Acabarás por ser Rey de un Reino que no existe — predijo el Capitán molesto—. Vuelve a la realidad. Lidera las tropas. Acabemos con todos esos bastardos que nos asedian.

— ¡Por Dios, por la Patria y el Rey Sancho I! —dijo el joven poniéndose en pie con el puño en alto —. ¡Ganemos esta Guerra y la Provincia de Aragón iniciará su andadura como Reino! 

El Capitán suspiró, el Juez selló el documento con el escudo del viejo Reino y los enviados idrisies siguieron a lo suyo. Todo seguía igual y, a la vez, todo había cambiado.

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